Neuroeducación: Un cambio de paradigma

La concepción de la labor docente se ha transformado en los últimos años. Su incidencia es determinante en los procesos de enseñanza y aprendizaje, pero su enfoque ha sufrido un fuerte cambio de paradigma. Gracias a la neurociencia, y su aporte en el campo de la neuroeducación, haber entendido con un poco más de claridad cómo funciona el cerebro, cómo aprendemos, los mecanismos de la memoria y la fuerte influencia emocional en estos procesos, ha sido fundamental para una nueva corriente educativa, pedagógica y didáctica.

Las recomendaciones actuales, basadas en los más recientes descubrimientos sobre cómo aprende el cerebro, ubican a los alumnos en un papel protagónico central. Este descubrimiento marca una de las más importantes diferencias con los modelos educativos pasados, que ubicaban al docente en ese rol protagónico, como dueño absoluto del saber, relegando al alumno a un papel pasivo y receptor de aquellos saberes.

Actualmente, se sabe, que el aprendizaje es el proceso mediante el cual un organismo adquiere, modifica o refuerza conocimientos, habilidades, conductas o actitudes como resultado de la experiencia, ya sea mediante la práctica o la interacción con el entorno. Estos procesos implican un cambio no solo en nuestra función cerebral, sino también, en nuestra estructura. Este cambio estructural es, en definitiva, el que produce los cambios en nuestro comportamiento. Esta asombrosa capacidad del cerebro de poder cambiar su estructura a partir de la experiencia se la conoce como neuroplasticidad.

En definitiva, esta capacidad es la que permite modificar la fuerza de las conexiones sinápticas y la simultaneidad de las conexiones de las neuronas de nuestro cerebro. Implica reorganizar y vincular redes neuronales entre sí. Y a medida que el aprendizaje se consolida, de manera eficiente y significativa, esas redes neuronales también lo hacen. Esta plasticidad nos permite adaptarnos a las complejidades y desafíos del mundo que nos rodea.

Y la educación no es la excepción. El docente, en una nueva función de guía, facilitador, le delega al alumno el rol central en la búsqueda activa de los saberes y en el desarrollo de sus propios aprendizajes. Y es que enseñar y aprender, no son lo mismo. Están estrechamente vinculados, pero son procesos diferentes. Nadie puede aprender por nosotros, ya que es un proceso interno, individual, regido por distintos mecanismos de regulación. Sin embargo, el docente puede crear climas adecuados para que los aprendizajes se cultiven y potencien. Tanto es así que se ha estudiado un fenómeno psicológico llamado "El efecto Pigmalión", el cual establece que las expectativas que una persona tiene sobre otra, pueden influir directamente en el rendimiento o comportamiento de esa persona. Este principio puede trasladarse al ámbito de la educación. Si un docente tiene bajas expectativas con un alumno, mediante sus propias acciones, puede influenciar de manera negativa por brindar menos estímulos o un menor interés. Por el contrario, si las expectativas son elevadas, se tiende a potenciar su rendimiento mediante un acompañamiento más cercano, óptimo y eficiente. 

Esto demuestra que los docentes siguen teniendo un papel fundamental en el ámbito de la educación, creando contextos favorables para el desarrollo de aprendizajes, utilizando recursos y herramientas que potencien estos procesos e incentivando, estimulando y desafiando a los alumnos a adueñarse del aprendizaje para hacerlo propio.

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