Entrenamiento holístico

Para comenzar, vamos a plantear algo tan sencillo como importante: la diferenciación entre actividad física y entrenamiento. Si bien, puede parecer simplemente un tecnicismo, será el punto de partida para empezar a comprender qué es lo que estamos haciendo y qué nos conviene hacer, con base en nuestros objetivos, deseos y necesidades.

La Organización Mundial de la Salud dispone que la «actividad física» es aquella que implica un movimiento corporal producido por los músculos esqueléticos que exige un gasto de energía. Tan sencillo como eso. Cualquier movimiento corporal que hagamos, por más común que parezca, implica la intervención de la musculatura, un gasto de energía para el organismo, y por ende, es considerado una actividad física. Barrer, levantarse de una silla, subir las escaleras del hospital, correr el colectivo, entre otros miles de ejemplos. 

Por otro lado, los principales autores se refieren al «entrenamiento» como un proceso sistemático, planificado y progresivo, en el que se aplicarán diferentes estímulos o cargas para provocar adaptaciones fisiológicas, funcionales y psicológicas, con el fin de mejorar el rendimiento o la salud de una persona. Ahora bien, una persona puede entrenar para mejorar su rendimiento deportivo, porque compite y quiere ganar, o simplemente puede entrenar porque quiere mejorar su calidad de vida (para que no le duelan las rodillas, para bajar de peso, mejorar los indicadores de salud, mejorar la estética corporal, entre otros miles de posibilidades).

Entonces, podríamos inferir que entrenar es hacer actividad física, pero hacer actividad física no es igual que entrenar. Y esto se debe a la raíz de los fundamentos de ambos conceptos: para que algo sea un entrenamiento, tiene que tener algunos condimentos obligatorios para ser considerado como tal, el cual debe ser sistemático (se debe repetir en el tiempo), planificado (con un orden cronológico predefinido) y progresivo (con una secuencia gradual lógica). Y todos estos condimentos se presentan para poder alcanzar un objetivo concreto. Mientras que, para que algo sea considerado actividad física, solo se precisa que haya movimiento del cuerpo, producido por el sistema musculoesquelético, que demande un consumo de energía. Nada más. Entonces, el entrenamiento se vuelve muy útil cuando se quieren conseguir resultados concretos, porque va al hueso, es preciso y eficiente.

Desde lo conceptual, el panorama ahora está más claro. Si bien, hoy vamos a hablar sobre el «entrenamiento holístico», los principios que vamos a desarrollar también se pueden aplicar al ámbito de la actividad física. 

Hay distintas variables que intervienen y condicionan los procesos de entrenamiento: ya hablamos de los músculos esqueléticos, el metabolismo energético, los objetivos que se quieren conseguir, pero también le podemos sumar la genética, la participación de distintos sistemas (como el nervioso, endocrino, respiratorio, etc.), la edad, lesiones previas y/o enfermedades, la técnica, los métodos de entrenamiento, el entorno, entre otros tantos elementos. Claro, somos sistemas complejos, donde ponemos acción distintos sistemas y mecanismos que se interrelacionan al momento de realizar cualquier tipo de actividad.

Ahora bien, hay cuestiones que vienen por fuera del organismo que también influyen, en mayor o menor medida, que marcarán la forma de relacionarnos con el deporte y el entrenamiento. Nuestra calidad de vida, teniendo en cuenta aspectos como la alimentación, el descanso, niveles de estrés, condición física actual y previa (disposición de antecedentes relacionados con la actividad física o el deporte) son todas cuestiones que participarán de manera positiva o negativa de acuerdo a como estén planteadas. Sin embargo, hay incluso mucho más en juego. Tenemos el componente psicológico de las personas, donde el costado social, afectivo, educacional y cultural, podrán determinar comportamientos y conductas que marcarán todos los vínculos personales, incluyendo así los procesos de entrenamiento.

Por tanto, tenemos componentes biológicos, psicológicos, sociales, más los propios del ámbito del entrenamiento. Y dichos componentes no son estables e invariables, sino que, por el contrario, van fluctuando continuamente. Estamos hablando de un sistema dinámico. Entonces, si las bases en las que se basa el entrenamiento es tan amplia, y a su vez tan cambiantes, ¿no deberíamos tenerlos más presentes al momento de entrenar?

La respuesta es: sí, evidentemente. Las personas no somos máquinas, ni músculos aislados. Tampoco somos réplicas, por lo que no hay recetas mágicas: lo que funciona con uno, puede no funcionar con otro. Y lo que funciona un día, puede no funcionar con la misma persona al día siguiente. Los entrenadores sabemos del principio de la individualidad del entrenamiento; pero dentro de ese mismo individuo, incluso, lo que ayer fue un estímulo positivo, hoy por distintos motivos puede no serlo. Es por esto que el término «holismo» debería ser mayormente considerado en el campo de la actividad física y el deporte.

Hablar de entrenamiento holísticoes considerar el entrenamiento como un todo, que interrelaciona variables más allá de las físicas. Dicho de otra manera, es tener una conciencia más integral, buscando atender en el trabajo diario y su planificación, todas las variables que participan y condicionan el entrenamiento. Sería plantear un entrenamiento global, no solo pensando en la actuación de grandes grupos musculares, sino sumando a la ecuación componentes biológicos, psíquicos, cognitivos, afectivos, sociales. Es ir todavía más allá de los principios y métodos de entrenamiento, del desarrollo de la fuerza y la técnica. Es entender que se produce una sinergia (cooperación coordinada entre varios componentes para desempeñar una función), y que debe realizarse con la mayor armonía posible. Significa, simplemente, ampliar nuestra perspectiva y sumar factores que inciden en el entrenamiento.

Sí, por ejemplo, un deportista no pudo descansar correctamente durante la noche y teníamos planificado realizar un entrenamiento de elevada intensidad: ¿tiene sentido forzarlo a realizar una actividad exigente si no está en las mejores condiciones? O si dispone de problemas familiares y su foco atencional está totalmente por fuera del entrenamiento: ¿sería correcto no atender dicha situación? Por el contrario, si disponemos de un deportista con un buen estado anímico potenciado por alguna causa externa, ¿será posible que esa condición influya como un efecto potenciador?

Ya sea que estemos hablando de deportistas de élite o de personas que buscan mejorar su calidad de vida, debemos mantener una perspectiva amplia, integral, holística, atendiendo y ponderando todos los acontecimientos (y no limitándonos únicamente en los aspectos físicos), para adaptar de manera flexible el entrenamiento y la planificación, en búsqueda de no atentar contra los objetivos primarios que hayamos establecido (sean relacionados con el rendimiento deportivo o al ámbito de la salud) sino también la posibilidad de potenciar todos aquellos efectos que buscamos inferir en cada estímulo planteado.

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